Originario de Mesoamérica, era una de las frutas características de Chiapas, Tabasco y Veracruz donde aún se encuentra de manera silvestre. En ese entonces se le llamaba «tetzontzapotl» que en náhuatl significa “zapote color de tezontle” por su color rojo similar a esta piedra utilizada en la construcción.
Esta fruta, además de ser maravillosa para hacer licuados, helados y un sinfín de postres, es muy sana. Es rico en hierro y fósforo, ambos minerales esenciales para la correcta nutrición de nuestro cuerpo.
Por si fuera poco, el mamey tiene un alto contenido de vitamina A, fundamental en cuanto a la formación y mantenimiento de la piel, el pelo y las membranas de las mucosas. Entre sus beneficios están que promueve el crecimiento de los huesos, y ayuda a tener una vista sana.
Además contiene altas cantidades de vitamina C, nutrimento de efectos antioxidantes, lo que lo hace fundamental para la cicatrización, formación del colágeno y reparación de cartílagos, huesos y dientes.
Su característico color anaranjado es gracias la gran cantidad de carotenos que contiene, estos poderosos antioxidantes son esenciales para nuestra salud ya que protegen las células y mejoran el sistema inmune del cuerpo humano.
Anteriormente este fruto tenía muchos usos además del culinario; sus semillas, hechas polvo junto con otras partes del árbol y fruto, se usaban como insecticida natural, que se utlizaba especialmente para eliminar garrapatas.
Respecto a la medicina tradicional, el mamey se usaba para eliminar la diarrea y tratar problemas digestivos en general, así infecciones en los ojos y en el cuero cabelludo.
Para disfrutarlo lo mejor es comerlo cuando es su temporada, que empieza en febrero y termina las primeras semanas de julio.